Dos tazas de té con leche
- Eleonora Lemo Estrada
- 26 sept 2023
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 20 jul 2024
© Eleonora Lemo Estrada, 2020
A esa edad, ella era la única de sus hermanos que asistía a la escuela por las tardes. Mientras cursaba nivel cinco, sus tres hermanos mayores ya estaban en primaria, y de los dos menores, uno aún usaba pañales y la otra no había nacido.
La escuela se encontraba a una corta distancia de su hogar, aunque para sus pasitos diminutos, aquel camino parecía interminable. Un día, al toque de la campana, los niños se alinearon en fila y se dirigieron hacia la salida. Era invierno, y el sol se ocultaba detrás de los árboles y del alto portón de hierro azul que custodiaba la entrada. Ella esperó pacientemente en la acera, pero las piernas de los adultos bloqueaban su visión.
Después de un rato, no quedaba nadie a su alrededor y los risueños clamores de los niños habían desaparecido. El portón permanecía entreabierto. Entonces, la directora, una mujer corpulenta con cabello rubio y rizado, se acercó y con un gesto decidido, cerró el portón de un solo movimiento. Solo quedaron los árboles, el portón azul y ella.
Un ligero temor se apoderó de su corazón, pero se armó de valor y, con su bolsa de cuadros rosados en mano, cruzó la calle. Al llegar a la plaza, caminó por su diagonal. La plaza le resultaba familiar, un lugar que atravesaba todos los días, pero ahora debía prestar más atención. Los árboles estaban despojados de hojas, revelando el cielo y permitiendo que la tímida luz del sol se colara entre sus ramas. Con precaución, cruzó la calle por donde transitaban los autobuses. La siguiente cuadra carecía de aceras, así que caminó por la calle, con las fisuras del asfalto grabadas en su memoria.
Finalmente, llegó a la esquina de su casa. Vio su jardín, que no contaba con un portón como las demás residencias, pero tenía un sendero de piedra laja. Tampoco tenía timbre, a diferencia de las de sus vecinos, por lo que apretó el puño y golpeó la puerta.
Lo que recuerda después es el sabor dulce, el amor de su madre y de sus tías, quienes le sirvieron dos tazas de té con leche en lugar de una, en un abrazo reconfortante que ahuyentó sus temores.
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