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El hombre que no cruzaba el río

Actualizado: 26 sept 2023

© Eleonora Lemo Estrada, 2020

Eleonora Lemo

18 de junio de 2020

Se acomodó en un banco cercano al puente que cruzaba el río. Se sentía fatigado y no tenía deseos de continuar su caminata. Conocía cada piedra de ese rincón del mundo de memoria. Desde que su esposa se había marchado, dejándolo con el corazón agobiado de llanto, no había pasado un solo día sin que pasara un rato en ese lugar. Sabía que su esposa aún lo acompañaba, quizás en alguna planta o incluso en el mismo aire que le costaba tanto respirar. Había una única cosa que solía distraerlo, permitiéndole dejar de pensar en su querida esposa, pero ahora ya no podía hacerlo. Le dolían los huesos, pero no tanto como su alma.

El puente se encontraba en un estado lamentable. La última tormenta había afectado la estructura de ese viejo de hierro y madera.

Habían pasado ya varios meses, y el hombre seguía su rutina diaria de caminar desde su casa hasta ese banco. Sobrevivía con los escasos víveres que tenía en la alacena, como enlatados y conservas, y se alimentaba de los hongos que crecían por todas partes; tomates y morrones de su pequeña huerta.

Cada día parecía ser una repetición del anterior.

Pero fue el último de esos días, cuando el hombre, sentado en su banco frente al puente, vio a una mujer descalza caminando sobre las tablas. "¡Eres tú!" exclamó mientras el sol se ponía sobre los árboles, haciendo que el agua brillara y tiñendo de rojo su delgado cuerpo. Era su amada esposa. Le sonrió, y él le devolvió la sonrisa. Se puso de pie con cuidado y dejó su bolsa de piñas en el suelo. Se acercó a ella, tomaron sus manos y con pasos lentos cruzaron el puente.

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