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Seres de barro

Actualizado: 6 nov 2023

© Eleonora Lemo

18/10/2023


Seres de barro


Corría por las calles abarrotadas de gente que huía, al igual que yo, sin saber lo que estaba sucediendo en realidad, una estampida de cuerpos desesperados. Las personas se aferraban a los puentes en un intento frenético por alcanzar la vía debajo de ellos con mayor rapidez. En medio de la confusión, algunos caían encima de otros, y resultaban heridos con tobillos doblados o brazos fracturados, mientras que otros yacían inmóviles en el pavimento.


Nosotros, los que proseguíamos avanzando, no teníamos la opción de detenernos a comprobar si aún respiraban, ya que aquellos que lo intentaban quedaban atrapados bajo el peso de la multitud. La expresión colectiva del miedo se había convertido en una manifestación palpable de miseria, donde estábamos atrapados en la lucha por nuestra propia supervivencia.


Los que buscaban refugio en las casas se convertían en las primeras víctimas, comprendíamos que esconderse no era una opción viable. Por ello, nos vimos forzados a dirigirnos hacia el campo. Las vacas, ovejas y algún solitario caballo nos observaban con miradas curiosas, como si intentaran comprender el sentido de nuestra desesperación. Las imágenes se volvían cada vez más difusas, y los colores se mezclaban en un caos de confusión. Nadie sabía a dónde nos dirigíamos ni por qué huíamos; solo éramos conscientes de que algo más poderoso nos perseguía y amenazaba con extinguirnos. Mi aliento ya no bastaba para seguir avanzando, y fue en ese preciso instante cuando una manita pequeña y húmeda apretó la mía. Era un niño cuyos ojos reflejaban las mismas incógnitas que atormentaban mi mente.


Decidí apartarnos de la masa de personas, empujando al niño bajo un alambre de púas, y luego, inspirada por el instinto de sobrevivir, me despojé de mi ropa para deslizarme yo también y seguirlo. Juntos gateamos a través del campo; esta era otra persecución, otro episodio de huir de un depredador. Nuestra experiencia previa hizo que fuera relativamente fácil. Finalmente, llegamos a un foso de barro y nos zambullimos en su abrazo. Solo nuestros ojos revelaban un matiz diferente, mientras el resto de nuestros cuerpos se confundía con la tierra circundante.


Pero nuestra inquietud persistía, ya que resultaba desesperante ver cómo la muchedumbre continuaba su huida, entre gritos de pánico, e incluso los perros, mezclados entre la confusión, ladraban, buscando respuestas al enigma que se cernía sobre nosotros.


Cobré conciencia de que la razón más importante por la que debía luchar estaba en mi vientre, y ahora este niño que permanecía a mi lado, con ojos secos y silenciosos, comprendiendo lo que yo sentía. Sabíamos que derramar lágrimas nos convertiría en objetivos de esa entidad insaciable que devoraba a las personas, la cual aún carecía de nombre. Y en ese momento, el susurro de miles de armónicas crecía en intensidad, y finalmente, comenzamos a escucharlas. Pronto, las tuvimos ante nosotros: una nube oscura formada por millones de insectos, cuya distinción se desvanecía en la confusión.


Mis palabras quedaron atrapadas, y no pude cerrar ni mis ojos ni los del niño. Las personas intentaban defenderse a manotazos, pero los insectos se abalanzaban sobre ellas, invadiendo sus narices y gargantas, triturando sus ojos para apropiarse de cada cuerpo. Poco a poco, el murmullo humano se extinguía, reemplazado por el zumbido inquietante de esos insectos. Las personas habían perecido en su búsqueda desesperada de sobrevivir o se habían convertido en alimento de guardianas inquebrantables del planeta: las abejas, chupando sus cuerpos como si fueran polen.


Un breve respiro en medio de la desesperación y la muerte nos permitió conciliar un sueño, sin saber cuántas horas duró. Al despertar, el movimiento a mi alrededor me hizo abrir los ojos con precaución, intentando entender si lo acontecido había sido real o simplemente un sueño. Para mi asombro, de la tierra surgieron más niños, hombres y mujeres, todos cubiertos de barro. Éramos muchos más de lo que pensábamos, definitivamente más que tres.

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