El arte de abandonar el cuerpo
- Eleonora Lemo Estrada
- 14 sept 2023
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 15 oct 2023
Eleonora Lemo
5 de noviembre de 2021
El arte de abandonar el cuerpo
Giraba y giraba como una calesita descompuesta. Mi cuerpo ya no me pertenecía; era como una marioneta suspendida en el aire. Mi madre me daba vueltas y vueltas. No sentía golpes, no oía gritos, no percibía nada en absoluto.
Había llegado a casa después de la escuela, hambrienta y ansiosa por sentarme a la mesa para comer y compartir con mi madre lo que había ocurrido en el recreo. Sin embargo, me esperaba con un gran enojo.
Olvidé lo que había hecho el día anterior; tenía tan solo 11 años. La fiesta de cumpleaños de mi profesora de inglés, quien nos daba clases en la iglesia, había sido cálida y acogedora. Las personas se reían, conversaban y compartían la comida mientras proyectaban fotos en la pared. Mis compañeros y yo fuimos los invitados, y yo me sentía protegida en la iglesia. A pesar de que mis compañeros no eran niños, eran divertidos y buenos.
Me recogieron, y juntos tomamos el ómnibus. Antes de salir, tomé una lapicera de las pertenencias de mi madre como regalo para mi profesora de inglés. No sabía que esta lapicera tenía un valor especial para mi madre, solo sabía que había estado allí sin uso durante muchos años.
No entendí si la paliza fue a causa de la lapicera o porque me fui sin permiso a una fiesta de adultos a las siete de la tarde. Pero ese día, mi madre no estaba en casa, y yo no sabía a quién contarle. Además, no quería perderme tan emocionante invitación. Me sentía ya como una adulta con el poder de decidir lo que hacía.
Cuando mis amigos golpearon la puerta, simplemente salí sin decir a dónde iba. Tampoco me preocupé por cómo volver; no era una prioridad en ese momento. Lo importante era asistir a la fiesta; las demás cosas se podían resolver después.
Y así sucedió, porque a la una de la mañana, mi padre apareció en un taxi, me dijo que subiera, y no recuerdo si dijo algo más. Solo recuerdo que al día siguiente, me desprendí de mi delgado cuerpo y volé muy, muy lejos, como solía hacer cada vez que mi madre se enfurecía. Sabía que tenía ese poder, el poder de salir de mi cuerpo y dirigirme a donde quisiera. Lo más hermoso era que nadie podía notar que ya no estaba allí.
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